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Las historias de nuestros usuarios ayudan a entender de dónde vienen, como han acabado en la calle, lo que padecen y cómo evolucionan.

Un sintecho llega a estos niveles de la sociedad en la que vivimos por circunstancias diversas. De los más de 300 personas sin hogar que hay en Aragón, nos encontramos personas que han podido cambiar, otras que no y algunas que han quedado por el camino.

José María González Camacho

Sevillano de 58 años.

A la edad de los 35 años llegó a Zaragoza en búsqueda de un trabajo y consiguió trabajos temporales, pero la inestabilidad de estos provocó acabar durmiendo en la calle.

Hoy, vive en un apartamento compartido de la Obra Social El Carmen y donde trabaja como voluntario repartiendo comidas a compañeros sin hogar.

«Tener un hogar lo supone todo. Tengo techo, ducha, luz… cosas que la gente no valora.»

Toumani Diakite

nacido hace 35 años en Costa de Marfil.

Al fallecer su padre y estallar la guerra civil en su país pagó un billete, que le costó 800 €, para viajar en patera junto a otras 54 personas. Viajaron durante tres días y tres noches sin saber donde iban y pasando miedo.

Tras pasar por Almería, acabó en Aragón trabajando como temporero viviendo en habitaciones compartidas, albergues… acabando finalmente en la calle. En la fundación consiguió un contacto que le ofreció un empleo como jardinero de una zona residencial. Posteriormente pasó una empresa de pinturas donde trabaja hoy. Además, encontró el amor de su vida y vive en una casa de alquiler en el Barrio San José.

«La gente enseguida cree que estás ahí porque eres drogadicto, ladrón o mala gente, no es justo. Dormir en la calle no es sinónimo de ser mala persona.»

Khalidou Diaby

23 años, nacido en Zaragoza.

Tras volver a Senegal con seis años, sus padres se divorciaron hoy vive en la calle. A su vuelta a España, con dieciocho trabajó en Cuenca y luego marchó a Londres. Volvió a Aragón y comenzó a trabajar como montador en la feria de Zaragoza, pero la pandemia ha paralizado todo.

Vengo a la fundación San Blas a por comida y ayuda, o simplemente para hablar con alguien. Me da vergüenza decírselo a mi hermana. Sentí que tenía que buscarme la vida, relata el joven.

«Todo el mundo puede pasar dificultades en algún momento de su vida.»

Desde la creación de la fundación San Blas hemos apostado por una salida digna de las calles de los sintecho, pero el sinhogarismo en los últimos años ha ido creciendo a causa de la pandemia y la crisis económica en la que vivimos.

La falta de un trabajo, la subida de los precios de la comida, el incremento de costes de los alquileres, entre muchas cosas más. Son datos que auguran una evolución al alza de las personas sin hogar.

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